sábado, 1 de septiembre de 2012

Confesiones de un ser humano

Cual semilla que nace y crece parece que la vida recoge la misma metáfora, buscamos la luz de salir adelante, la luz que inunda cada parte de nuestro cuerpo dando la fuerza para seguir. Somos semillas puestas al azar en este mundo, semillas esparcidas listas para participar en la batalla que supone sobrevivir. Amontonadas en busca de la mejor opción para ellas, mirando siempre nuestro propio interés. 

En cambio, existen ocasiones en las que da que son los otros los que nos ayudan a abrir el camino hacia la vida. De esta manera nunca podemos llegar a ser del todo individuales ya que siempre se necesitará una mano amiga para salir adelante. 

En ocasiones he llegado a pensar como seria mi vida si no dependiera de nadie y quizás es esa la farsa que en ocasiones me intento creer. Ese tópico individualista del hombre o la mujer hechos a si mismos. Una idea vendida por una sociedad que extiende que el pez grande tapa al chico. Pero tampoco me gusta ser de aquellos que echan la culpa a los demás como si no tuviera que ver conmigo. 

Admito que en el papel que me ha tocado vivir nunca he hecho mi mejor interpretación. Puedo recurrir siempre al “a mi me han chafado, oh pobre de mi” sin plantearme el lado contrario. ¿Quien me dice a mí que como persona no he chafado a nadie? Incluso puedo afirmar que lo he hecho, en ocasiones involuntariamente sí, pero si lo dejara ahí no seria más que otra farsa de autocompasión mutua.

 Nos sueltan de pequeños sin mapa ni directrices en un camino en el cual dichas directrices nos van apareciendo durante la marcha. Sí, quizás volvemos al hito del hombre hecho a sí mismo, pero no. En el camino lo que aparecen son personas, amigos, familias, compañeros, profesores,… cuyo gran logro es el dejarnos ver la luz, de una manera o de otra. Personas que se convierten en un ejemplo de lo que hacer hacia los demás. De colaborar para nos demos cuenta de que no somos parte de un conjunto que se necesita mutuamente para avanzar.