domingo, 18 de septiembre de 2011

Entre aquí y ninguna parte

    Entre aquí y ninguna parte. Siempre le gusto aquello de dejarse llevar sin pensar en nada, buscando en el horizonte la forma de evadirse de cualquier situación y solo contemplar el mundo que tenía alrededor. Le encantaba, y es que era una de las pocas veces en las que se sentía de verdad libre. Libre y feliz.
     Desde su lugar de observadora había contemplado cientos de situaciones diferentes y aquel verano que llegaba a su fin no era menos. Le habían dado la oportunidad de conocer el continente olvidado, África,  ver con sus propios ojos las maravillas y lo que escondía aquel lejano y a la vez cercano continente. 
     Ojos de espectador para ver una tierra de contrastes. Un lugar donde la riqueza se mezcla con la miseria a la vuelta de la esquina y parece que a nadie le importe. Y es que es algo triste, pero es uno de esos lugares donde hace falta ponerse una careta para no preocuparse demasiado. o no volverse loco de no poder hacer nada. Un lugar que aparte de esto, pudo observar también como la alegría forma parte del día a día de las personas y la calidez de sus habitantes aumenta. Signos olvidados en nuestro desarrollado mundo occidental. Además había tenido la suerte de ser observadora de aquellos lugares que sin duda quedarían marcados en su memoria para siempre. Lugares que ya en su día dejaron sin palabras a esos primeros exploradores que sin duda no habían sido los primeros en llegar a estas tierras.
    A parte de un magnifico viaje, aquel verano le había ayudado a ver nuevas situaciones como el apreciar más a los amigos en un momento de separación de caminos como el que ya estaba empezando a producirse. Diferentes caminos que le recordaban el inicio de un nueva etapa. Una etapa cuyo objetivo era el descubrirse a una misma, o así es como lo percibía ella.
    Estaba en un momento en el que el miedo a lo desconocido aparecía de nuevo pero eso sí siempre le quedaría el dejarse llevar entre aquí y ninguna parte para ser durante un instante ella. Solamente ella.

viernes, 22 de julio de 2011

PARANOIAS

   Sola a la una de la mañana. ¿Qué estaba haciendo ella en aquel lugar?
   Todo había empezado con un juego, una típica noche de miedo de campamento, en la que le había tocado a ella ser la rehén.
   Allí sentada, a los pies de aquel monasterio del siglo XV, envuelta en aquella tormenta estival que se avecinaba poco a poco. Inquieta, aguardando a que vinieran a por ella, mientras oía los gritos de sus compañeros aterrorizados como cada año.
   Porqué a ella, se preguntaba a cada minuto mientas se aferraba a aquel móvil que le habían dejado como única luz. Inquieta, miraba hacia todas partes buscando las luces parpadeantes que le alertaban que alguien venia.
   Tras diez minutos sin aparecer nadie, los ruidos de la noche se hacían cada vez más persistentes, hasta el punto de que se confundían en su cabeza lo real con lo imaginario. Pisadas, gruñidos de animales y susurros la envolvían. Además de todas aquellas historias imaginarias contadas sobre los monjes de aquel lugar se les habían evaporado la ficción.
   El cielo se iluminó una vez más en la tormenta y a lo lejos lo vio aquella silueta humana mientras gritaba como nunca lo había hecho antes. Su última visión fueron esos ojos amarillos que la observaban sin moverse desde la oscuridad.
   Lo siguiente que recordaría, fue el despertarse rodeada en aquellos cálidos brazos que tan bien conocía todavía temblando. Eso sí, nunca llegaría a descubrir que fue lo que ocurrió después o si todo habían sido paranoias nacidas de su miedo.




Microrelato presentado al concurso de microrrelatos de  la cesta de las palabras seleccionado semifinalista. Todavia no me lo creo, aunque culpa de esto la tiene el pepito grillo que estubo aminandome para presentarme (que se de por aludido) y quizás a alguno le suene la situación.

martes, 12 de abril de 2011

Soñé que soñaba y resultaste ser la realidad

  Ya llevaba un par de noches sin pegar ni ojo, y aquella no iba a ser diferente. Otro día más comprobaba como el techo de su habitación le devolvía aquella sonrisa burlona sin poder dejar de mirarlo.

  El curso cada vez se veía más cerca de su final y con este el estrés que conllevaba. No solo eso le pasaba por la cabeza en ese momento, las cosas aquellos días no habían ido como ella esperaba del todo. Quizás sí, hoy se convertía en mayor de edad pero hasta aquel momento por el ritmo de vida que llevaba no se había parado a pensarlo. Como siempre ese pequeño pesimismo que le caracterizaba se encontraba allí.

  El tiempo pasaba, indicando que la mañana estaba cada vez más cerca pero seguía sin dormir. En ese momento recuerdos de estas últimas fiestas empezaron aparecer. Esas noches en la colla, en las que dejo de importar todo por unas horas, las horas de salir, de compartir el tiempo con los amigos. Aquellos amigos que un día se encontró con las manos abiertas y que día tras día seguían sorprendiéndola en el buen sentido. Recordando, una sonrisa se dibujó en su cara.

  Tal vez no sea tan malo cumplir años,- se decía a si misma sin parar de dar vueltas por la cama- aunque tengas exámenes y el agobio de fin de curso si sabes que tienes unos amigos que están ahí incluso en las malas. Tal vez los problemas son más pequeños de lo que parecen y vale la pena intentar las cosas.

  Una sensación de bienestar por fin apareció. Como decía aquella canción que una noche le enseñó una buena amiga: "¡Qué bueno respirar, sentirte vivo! “. Con este pensamiento en la cabeza al fin se durmió, con esa sonrisa en la cara que en ella tenía el poder de animar a todo aquel que está a su alrededor.

Felicidades Flori.

domingo, 9 de enero de 2011

Aquellos ojos verdes

No se terminaba de creer aquello que le contaron nada más volver, aquel lugar en el que tan buenos ratos había pasado estaba habitado por ser que ella tanto conocía y que a la vez tantas veces había aterrorizado a la ciudad. Un torrente de recuerdos le venían a la cabeza, sin escuchar aquello que le decía su compañera. Por un lado, no podía dejarlo solo y por otro debía de comprobar aquello que le contaban para por fin terminarse de creer que era cierto.
A la mañana siguiente, con las primeras luces del alba se puso en camino. No era la casa que ella recordaba, la suciedad y la vegetación se había adueñado de la fachada. Se acerco a la entrada notando como la madera crujía a cada paso bajo sus pies. Al entrar en el vestíbulo, el aspecto no era mucho mejor que el de la fachada. Parecía como si una ventisca hubiera estado allí dentro dejando cualquier objeto por los suelos. En aquel momento empezó a pensar que tal vez no era tan buena idea.
El silencio era tal que le asustaba, además tenía la sensación de que alguien o algo la estaba observando desde el momento en el que puso un pie en el aquella casa. Intento apartar el miedo de su cabeza y se encaminó a buscarlo. Miro en cada habitación del piso inferior, pero allí no había nadie. A cada paso que subía por las escaleras la inseguridad y su intuición le decían que diera la vuelta, pero debía encontrarlo para sacarlo de aquella pesadilla.
Al entrar en una de las primeras habitaciones del piso de arriba un ruido le alerto. Asustada se asomo a la puerta y lo vio, vio algo que exactamente no podría describir nunca. Agachado en frente de la escalera, allí estaba.
Dio un paso, y en ese momento la criatura se giró a la vez que un escalofrió le recorrió todo el cuerpo. En ese momento su instinto lo dijo que solo hiciera una cosa, correr, correr en la dirección contraria por aquel pasillo que en una ocasión había sido el lugar de su primer encuentro. Correr y huir de aquello que la asustaba como nunca antes nada lo había hecho.
Entró en la que sabía que era la última habitación de la casa, conociendo su destino, conociendo que era la presa de quien en algún momento había amado. Y lo vio, seguía sin conocer lo que era pero sí supo quien era justo en el momento en el que aparecieron aquellos ojos verdes en los que tantas veces se había querido hundir y de los que ahora no podía escapar.